jueves, 27 de noviembre de 2008

Los abuelos


Entre otra de mis aficiones practicadas aparecen la lectura y la escritura. Me encanta escribir, para mí es un desahogo y una terapia que recomiendo a todo el mundo.
Lo último que he escrito es un pequeño poema en memoria a mis abuelos maternos, que son con los únicos con los que he tenido relación, ya que mi abuelo por parte de padre falleció antes de nacer ningún nieto y su esposa no ejerció como abuela para nuestra parte de la familia.
Creo que esto se lo debía al FRESCO y a la CHOCOLATA:

SOY VUESTRO LEGADO

Soy vuestro legado.
No importan tiempos buenos o malos.
Os viví y os conocí.
También hubo amor.

Gran recuerdo tengo.
Fuí niña.
Tuve magia y risas.
De adultos abrimos los ojos
y descubrimos que no hay magia.
Con vosotros he comprendido lo mejor y lo peor.

Así pués:
Soy vuestro legado.
Os viví y os conocí.
También os he llorado.

P.D.: "pese a quién pese, vivís en mí"

6 comentarios:

Ratitos de costura dijo...

Tienes mucha suerte de haver conocido a tus abuelos,yo no los conocí y es cierto que de sus historias se aprende a vivir.

Marta Parreño dijo...

Qué bonito, Cristi. Seguro que les hubiera encantado leerlo.

Javi dijo...

El yayo era un buen hombre. Yo lo conocí yendo y viniendo de la tasca, comiendo cebollas crudas para combatir la silicosis y dando las buenas tardes al presentador de las noticias de la primera.

No molestaba a nadie y era difícil que algo pudiera molestarle. Eso sí, sólo pedía que la gente estuviera en silencio cuando daban Curro Jiménez o que le dejasen ver los partidos del Betis.

El yayo también tenía por costumbre echarse una siestecita antes de comer y otra después. La de antes de comer se la echaba directamente apoyando la cabeza sobre la mesa. El clima era duro por allí y era importante estar despierto cuando el sol daba una tregua después de cenar y se podía aprovechar alguna brisa fresca.

La yaya andaba siempre por la casa, echando un poco de agua en la puerta para que no se levantara polvo, ordenando cachibaches en la enramá (el cobertizo que había en el patio) y yendo a por pan. La yaya compraba el mejor pan del mundo. No se ponía duro jamás y no engordaba, además estaba buenísimo si lo comías con el mejor chorizo del mundo, que también era el que la yaya tenía en casa.

La yaya dormía lo justo y vigilaba sobretodo que a nadie le faltase de nada. Y en casa de los yayos no te faltaba de nada. Recuerdo muchas tardes allí, leyendo tebeos de Carpanta, comiendo pan y chorizo y viendo el Coche fantástico en la tele.

Sólo los yayos saben lo dura que fue la vida para ellos. Lo saben ellos y algunos que los conocieron, allí en el barrio del cerro hierro, en una tierra tan dura como desagradecida para los hombres y donde cada día es igual que el anterior, con un poco de suerte.

brujilla dijo...

Es muy bonito, poca veces pensamos un nuestros abuelos como personas que nos pueden enseñar mucho.

lollinrra dijo...

A mi ya no me queda ninguno pero me acuerdo mucho de ellos.Muy bonito el poema.

Elena dijo...

Todo lo que he aprendido de ellos me lo han enseñado desde su silencio. Cuando las palabras no son necesarias, las sensaciones y aprendizajes son más perdurables.